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LA MADRE EN LA POESÍA PERUANA

Texto para un Plan Lector del Docente de Aula

Publicado: 2016-05-07



LA MADRE EN LA POESÍA PERUANA


La madre es el símbolo de la ternura, del amor y del sacrificio. Ningún hijo en la tierra ha dejado de sentir que de ella nos viene la vida en toda su plenitud. Si esto ocurre con los seres sencillos y silvestres; cuando de la madre se trata las palabras de los poetas adquieren las formas más bellas y puras. No por gusto el lenguaje es el medio de socialización por excelencia y no en vano la poesía trasmite las emociones y los sentimientos más hondos del creador, tanto que su lectura suele conmocionar en todo su ser al lector o receptor.

En esta oportunidad –víspera de la Día de la Madre- en una sociedad agresiva, donde la mujer es una víctima de la violencia, hemos seleccionado un conjunto de poemas de homenaje a la Madre, que corresponden exclusivamente a poetas peruanos. Lo hacemos porque en algún momento de nuestra historia se extravió la patria y tenemos el deber de encontrarla.

Cuando analizamos estas creaciones, que son patrimonio nuestro, nos damos cuenta que los poetas, en distintos tiempos, espacios y circunstancias, tienen en común lo siguiente:

- Todos ellos reconocen la influencia decisiva que la madre tuvo en sus vidas.

- Sus convicciones lo llevan a emprender una vida solidaria, de entrega y sacrifico.

En efecto, los poetas que referimos militaron en las olas de una humanidad esperanzada en los cambios que conllevan a luchar por un mundo mejor. Y si como se dice, el hogar es la primera escuela, colegimos entonces que la madre es la primera maestra.

A continuación una breve galería de poetas y sus creaciones a la Madre. A ellas nuestro profundo homenaje.

1

CÉSAR VALLEJO MENDOZA

POETA MILITANTE Y SOLIDARIO

La madre de Vallejo se llamó María de los Santos Mendoza Gurrionero y su padre Francisco de Paula Vallejo Benites. Nació en Santiago de Chuco (La Libertad) en marzo de 1892, y murió en París (Francia) en abril de 1938

Su progenitora fue una mujer que lo protegió en los años que estuvo a su lado. Cuando se fue su madre, en agosto de 1918, el poeta tenía 26 años de edad. Vivía en Lima y había concluido ya su primer libro de poesía LOS HERALDOS NEGROS, que publicó en 1919.

El poeta no asistió a los funerales y en un estado de abatimiento por la ausencia de la mujer que le prodigó un amor de dimensión cósmica, escribió para ella un poema que formará parte de su libro Trilce, que rompe con todas las normas de la poética hasta entonces conocida.

Vallejo fue un escritor íntegro, no solo desde el punto de vista estético sino ético. Abrazó la causa de los desheredados de la tierra y unió su vida y su destino a ellos.

Después de andar en busca de una razón de vida, que le permitiera realizarse, abrazó la causa revolucionaria y se echó a andar.

Se fue a Europa, después de sufrir una prisión injusta, precisamente cuando había retornado a Santiago, a reencontrarse con su gente y de ir al encuentro de la madre amada, que yacía sepultada en el cementerio de su natal Santiago de Chuco. 112 días de prisión (6 de noviembre de 1920- 26 de febrero de 19219 le afirmaron que si el hombre tiene sueños justos, caerán sobre él las injusticias.

En Europa se vincula a los intelectuales más representativos de su tiempo. Desde París viaja por varios países y va a la Unión Soviética.

Cuando ocurrieron los sucesos de la guerra civil en España, se traslada hacia ese escenario y se convierte en un miliciano de la palabra. Más aún, se hace militante comunista. Se afilia al Partido Socialista que había fundado José Carlos Mariátegui, en 1928; y también se afilia al Partido Comunista Español.

El Amauta José Carlos Mariátegui, dice de él y su poesía:

“Vallejo, en su poesía, es siempre un alma ávida de infinito, sedienta de verdad. La creación en él es, al mismo tiempo, inefablemente dolorosa y exultante. Este artista no aspira sino a expresarse pura e inocentemente. Se despoja, por eso, de todo ornamento retórico, se desviste de toda vanidad literaria. Llega a la más austera, a la más humilde, a la más orgullosa sencillez en la forma. Es un místico de la pobreza que se descalza para que sus pies conozcan desnudos la dureza y la crueldad de su camino. He aquí lo que escribe a Antenor Orrego después de haber publicado Trilce: “El libro ha nacido en el mayor vacío. Soy responsable de él. Asumo toda la responsabilidad de su estética. Hoy, y más que nunca quizás, siento gravitar sobre mí, una hasta ahora desconocida obligación sacratísima, de hombre y de artista: ¡la de ser libre! Si no he de ser hoy libre, no lo seré jamás. Siento que gana el arco de mi frente su más imperativa fuerza de heroicidad. Me doy en la forma más libre que puedo y ésta es mi mayor cosecha artística. ¡Dios sabe hasta dónde es cierta y verdadera mi libertad! ¡Dios sabe cuánto he sufrido para que el ritmo no traspasara esa libertad y cayera en libertinaje! ¡Dios sabe hasta qué bordes espeluznantes me he asomado, colmado de miedo, temeroso de que todo se vaya a morir a fondo para que mi pobre ánima viva!” Este es inconfundiblemente el acento de un verdadero creador, de un auténtico artista. La confesión de su sufrimiento es la mejor prueba de su grandeza”. (7 Ensayos de Interpretación de la Realidad Peruana)

El poeta que expresa como ningún otro el sentimiento andino ancestral, sintió siempre la presencia de la madre, como si ésta fuera la luz que lo iluminaba siempre.

De la noticia sobre la muerte de la “madre inmortal”, surge este poema de hijo agradecido:

LXV

Madre, me voy mañana a Santiago,

a mojarme en tu bendición y en tu llanto.

Acomodando estoy mis desengaños y el rosado

de llaga de mis falsos trajines.

Me esperará tu arco de asombro,

las tonsuradas columnas de tus ansias

que se acaban la vida. Me esperará el patio,

el corredor de abajo con sus tondos y repulgos

de fiesta. Me esperará mi sillón ayo,

aquel buen quijarudo trasto de dinástico

cuero, que para no más rezongando a las nalgas

tataranietas, de correa a correhuela.

Estoy cribando mis cariños más puros.

Estoy ejeando ¿no oyes jadear la sonda?

¿no oyes tascar dianas?

estoy plasmando tu fórmula de amor

para todos los huecos de este suelo.

Oh si se dispusieran los tácitos volantes

para todas las cintas más distantes,

para todas las citas más distintas.

Así, muerta inmortal. Así.

Bajo los dobles arcos de tu sangre, por donde

hay que pasar tan de puntillas, que hasta mi padre

para ir por allí,

humildóse hasta menos de la mitad del hombre,

hasta ser el primer pequeño que tuviste.

Así, muerta inmortal.

Entre la columnata de tus huesos

que no puede caer ni a lloros,

y a cuyo lado ni el destino pudo entrometer

ni un solo dedo suyo.

Así, muerta inmortal.

Así.

(Trilce, César Vallejo)

2

CARLOS OQUENDO DE AMAT

TERNURA POÉTICA Y PASIÓN DE VIDA

Hablar de Carlos Augusto Luis Antonio Humberto Nicolás Oquendo de Amat es referirnos al poeta mágico, que nos trasmite sus sueños en imágenes de colores. Nació el 17 de abril de 1905 (Puno, Perú) y muere en marzo en 1936 (Guadarrama, España), a la edad de 31 años.

Su madre se llamó Azaida Amat Machicao y su padre Carlos Oquendo Belisario Álvarez, éste era médico de profesión pero cargado de inquietudes políticas y de pensamiento progresista, lo que le generó dificultades de todo tipo. Su madre era descendiente del virrey Manuel Amat y Junient.

En 1918 su padre y muere. 5 años después también se extingue la vida de su madre. Tuvo que enfrentar apremios muy grandes para sobrevivir.

Publicó en 1929 en la Editorial Minerva 5 Metros de Poemas, que son efectivamente cinco metros de papel que se van desdoblando a medida que se hace la lectura. La edición aparece con fecha de diciembre de 1927. Todos sus poemas son particularmente simbólicos y por eso se dice que es uno de los representantes del vanguardismo poético, pero, la verdad es que solo en un país cargado de contrastes geográficos y sociales puede escribirse una poesía que esté ceñida de belleza íntima y de pureza social.

Oquendo fue comunista, pero además, cuadro y dirigente consciente de sus responsabilidades históricas. Se trasladó a Arequipa destacado por el naciente partido a cumplir con la responsabilidad de darle organicidad y vigencia a la creación heroica de José Carlos Mariátegui.

En 1929, en Bolivia, fue apresado y luego expulsado por su activismo político. Pese a todo ello, se mantuvo incólume en su militancia. Fue desterrado por la dictadura de Sánchez Cerro.

Se fue a España y ahí muere con una tuberculosis que le minó su cuerpo pero no su obra. Sus restos se perdieron en el torbellino de la guerra.

De él dijo el escritor Mario Vargas Llosa, cuando éste era un hombre de ideas progresistas:

“Hace aproximadamente treinta años, un joven que había leído con fervor los primeros escritos de Breton, moría en las sierras de Castilla, en un hospital de caridad, enloquecido de furor. Dejaba en el mundo una camisa colorada y Cinco metros de poemas de una delicadeza visionaria singular. Tenía un nombre sonoro y cortesano, de virrey, pero su vida había sido tenazmente oscura, tercamente infeliz. En Lima fue un provinciano hambriento y soñador que vivía en el barrio del Mercado, en una cueva sin luz, y cuando viajaba a Europa, en Centroamérica, nadie sabe por qué, había sido desembarcado, encarcelado, torturado, convertido en una ruina febril. Luego de muerto, su infortunio pertinaz, en lugar de cesar, alcanzaría una apoteosis: los cañones de la guerra civil española borraron su tumba de la tierra, y, en todos estos años, el tiempo ha ido borrando su recuerdo en la memoria de las gentes que tuvieron la suerte de conocerlo y de leerlo. No me extrañaría que las alimañas hayan dado cuenta de los ejemplares de su único libro, encerrado en bibliotecas que nadie visita, y que sus poemas, que ya nadie lee, terminen muy pronto trasmutados en humo, en viento, en nada, como la insolente camisa colorada que compró para morir. Y, sin embargo, este compatriota mío había sido un hechicero consumado, un brujo de la palabra, un osado arquitecto de imágenes, un fulgurante explotador del sueño, un creador cabal y empecinado que tuvo la lucidez, la locura necesarias para asumir su vocación de escritor como hay que hacerlo: como una diaria y furiosa inmolación.” (Discurso al momento de recibir el premio Rómulo Gallegos, Caracas, Venezuela, 1967)

Ese hombre llamado Oquendo de Amat, cargado de dolor por la humanidad, con un ideal confeso y una militancia llena de furor y fe, escribió este poema que algunos sugieren que debe gravarse en la memoria de cada hijo.

MADRE

Tu nombre viene lento como las músicas humildes

Y de tus manos vuelan palomas blancas

Mi recuerdo te viste siempre de blanco

Como un recreo de niños que los hombres miran desde aquí distante.

Un cielo muere en tus brazos y otro nace en tu ternura

A tu lado el cariño se abre como una flor cuando pienso.

Entre ti y el horizonte

Mi palabra está primitiva como la lluvia o como los himnos

Porque ante ti callan las rosas y la canción.

Carlos Oquendo de Amat,

(Escrito en 1925, publicado en “5 metros de poemas” en l927.

3

JAVIER HERAUD

POETA Y QUIJOTE

Javier Heraud murió cuando apenas tenía 21 años de edad. De él no se puede decir que conoció la pobreza y por eso se hizo revolucionario, que es la forma recurrente como los comisarios culturales del sistema suelen “explicar” la opción que asumen los que deciden hacer de su vida un apostolado en la lucha por un mundo mejor. La finalidad obvia de quienes sostienen tamaños desaciertos es pretender menoscabar la grandeza de los hombres de ideas sublimes.

Javier nació en un hogar de clase media, en el distrito de Miraflores el 19 de enero de 1942. Su madre se llamó Victoria Pérez Tellería y su padre Jorge Heraud Cricet. Sus primeros años transcurren dentro de un hogar que le daba todas las condiciones para realizase y ser feliz en el sentido común de la palabra.

Mostró una inclinación precoz por el estudio. Cursó su secundaria en el Colegio Markham y sus estudios universitarios en la Pontificia Universidad Católica del Perú, donde ingresó en el primer puesto en su examen de admisión en el año 1958.

También se matriculó en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos, con el propósito de estudiar derecho, pero ello no le entusiasmaba y más lo hizo por no desoír el consejo de su padre.

En su auroral juventud se vinculó a los poetas de su generación: César Calvo, y Antonio Cisneros, entre otros. En 1960 publica El Río, una poesía cargada de música y vitalidad. A finales de ese año obtiene con César Calvo el premio El poeta joven del Perú, con su libro El Viaje.

Pocos conocen que Javier Heraud ejerció la docencia en instituciones educativas como el Colegio Nacional Nuestra Señora de Guadalupe, lo que debe ser una de las fortalezas de esta prestigiosa institución educativa, de los alumnos y los maestros del Perú.

Su sentido solidario lo llevó a adherirse a las ideas socialistas. Después de viajar a la Unión Soviética y China, y de estar en París y Madrid, convencido que el Perú requería un cambio, viajó a Cuba con la intención de estudiar cine, pero llega a la conclusión que no basta declararse revolucionario para serlo y decide, por convicción, integrarse a la guerrilla, que por entonces se le veía como el camino seguro para terminar con las lacras del sistema. Como él dijera: “se cansó de ser el hombre triste, que agotaba sus palabras”.

El 15 de mayo fue acribillado su cuerpo pero su poesía y sus convicciones viven y son un ejemplo para la juventud.

El poeta Pablo Neruda (Chile) con motivo de la muerte del poeta escribió lo siguiente:

“Universidad de Chile

ISLA NEGRA, Juliio de 1963

He leído con gran emoción las palabras de Alejandro Romualdo sobre Javier Heraud. También el valeroso examen de Washigton Delgado, las protestas de Cesar Calvo, de Reinaldo Naranjo, de Arturo Corcuera, de Gustavo Valcárcel. También leí la desgarradora relación de Jorge A. Heraud, padre del poeta Javier.

Me doy cuenta de que una gran herida ha quedado abierta en el corazón del Perú y que la poesía y la sangre del joven caído siguen resplandecientes, inolvidables.

Morir a los veinte años acribillado a balazos “desnudo y sin armas en medio del río Madre de Dios, cuando iba a la deriva, sin remos...” el joven poeta muerto allí, aplastado allí en aquellas soledades por las fuerzas oscuras. uestra América oscura, uestra edad oscura.

No tuve la dicha de conocerlo. Por cuando ustedes lo cuentan, lo lloran, lo recuerdan, su corta vida fue un deslumbrante relámpago de energía y de alegría.

Honor a su memoria luminosa. Guardaremos su nombre bien escrito. Bien grabado en lo más alto y en los más profundo para que siga resplandeciendo. Todos lo verán, todos lo amarán mañana, en la hora de la luz”.

A continuación una Carta del poeta Javier Heraud a su Madre:

Queridísima Madre:

Mamá: podría mentirte si te digo: hoy estoy contento. No, no es cierto. ¿Por qué? Pues hoy es el día de la madre y no estoy junto a ti; hoy es el día de la madre y no sucede como en 19 años anteriores: corriendo a tu cama con algún regalo para darte, o un beso, o un corazón pegado en cartulina. Por otro lado, mi tristeza aumenta al no tener noticias. ¡Hace justo un mes y medio que salí de casa y sin una carta tuya! Nada, absolutamente nada sé de Uds., ni cómo están, ni qué hacen, ni qué pasa por allá.

Esta carta te llegará retrasada. No he podido escribirte antes: esperaba carta tuya, tenía la certeza de que me llegaría antes de hoy y no ha sido así. Por eso he querido esperar hasta hoy, segundo domingo de mayo, para envolver, para poner en un papel todo mi corazón de hijo agradecido, todo mi corazón anhelante de cariño, y enviártelo en este día que está lleno de recuerdos infantiles y hogareños para mí. En este momento en la radio tocan música de Listz y me invade una melancolía especial. ¡Mi casa, mi familia, todo un orgullo pasado y futuro!

A las 7 y media las muchachas que cocinan en la casa, mientras tomábamos desayuno, repartieron una rosa roja a todos los muchachos que tienen madre. ¡Si supieras con qué orgullo recibí la mía y en ese momento leía un editorial de un periódico sobre el día de la madre, un hermoso editorial, y yo tuve que hacer inmensos esfuerzos para que no se dieran cuenta que lloraba, sí: interna y externamente! Mamá, ¿qué pasa, por qué no me escriben, por qué no recibo noticias de Uds.? Escríbeme directamente, pon mi dirección en un sobre y mándamela directamente a Cuba, yo me siento aquí maravillosamente: estoy como en mi patria, ¡aquí todo es tan hermoso! No sabes cuánto agradezco ser hijo tuyo, ser miembro de una familia como la mía, tener un padre así y tales hermanos, y mi mamama tan sabia, y todos en general.

Como comprenderás, mi preocupación constante es por Uds.; yo no sé cómo están. ¿Y Gustavito? Si supieras cómo pienso en él, mi pequeño hermano. Escríbeme a diario y directamente, si te cansas, que me escriban todos mis hermanos, todos los días; que cada uno me cuente qué hace, a mi papá dile que lo quiero más que nunca, que tengo deseos de escribirle, pero sin carta de Uds. no sé sobre qué escribirles. Ya sabes, que cada uno de ellos me escriba a diario, hasta el Gustavito. Envíenme sus cartas directamente a Cuba, que creo que llegan así. Yo estoy maravillosamente. Llevo una vida ordenada: me levanto a las 7, me baño, tiendo mi cama, tomo desayuno, voy a la Universidad, almuerzo a las 12 y media, descanso una hora, leo, si tengo clases las tardes (casi no tengo) voy a la U., o al cine, o paseo y tomo un refresco, voy al teatro y me acuesto a las 11 ó 12. Es una vida tranquila. Mis estudios de cine no sé cómo hacerlos, por el momento estudio literatura, aunque creo que el mes que viene comenzaré a practicar en el Instituto de Cine. Mi salud es perfecta, los dientes me fastidian un poco pero pronto iré al dentista. La asistencia médica es gratuita, las cartas nos las mandan gratis, nos dan 30 pesos (dólares) mensuales que más alcanzan de sobra. Madre, mamá, con todo el corazón de hijo agradecido te saludo y beso en tu día, a ti, a tu madre, mi mamama, y a la madre de mi papá.

Escríbeme, escríbanme todos y pronto. Te besa mil veces Javier.

P.S. Mi dirección aquí es: Javier Heraud. Calle 30, № 965. Entre 26 y 47, Altura del Vedado,

La Habana — CUBA.

¡ESCRÍBANME! ¡ESCRÍBANME DIRECTO!

13 de mayo, 1962”.

4

HORACIO ZEBALLOS

EL LÍDER POETA

Horacio Zeballos aparece en el escenario de la lucha social en el Sur. Nacido en 1943 (Carumas, Moquegua) y murió en marzo de 1884 (Lima), desde muy niño cultivó con pasión la poesía. Sus más cercanos familiares señalan que solía recitar en las actuaciones que se hacían en su institución educativa. Su madre fue la señora Sabina Gámez Melgarejo y su padre don Cerelino Zeballos Medina.

Ya adolescente se a la capital del departamento, Moquegua, allí estudió secundaria, y, luego, se trasladó a la ciudad de Arequipa, donde inició su formación académica, graduándose de docente.

De inmediato se integró a la actividad gremial. Consideraba que los maestros deben estar unidos y es que por entonces los docentes peruanos estaban organizados sindicalmente por niveles y hasta por especialidad. Se dedicó a organizar el SUTEP. Fue en el Cusco, en julio de 1972, cuando se realiza el Congreso fundacional, que sale elegido Secretario General del gremio en el primer periodo del gobierno militar que dirigía el general Juan Velasco y que había emprendido importantes reormas..

Horacio, en sus fueros más íntimos se atrincheró en la poesía y la cultivó con éxito. Publicó Pluma Esclava, Esclavos de Corbatas, El eco de mi Voz y Alegrías de la Prisión, este último es un conjunto de poemas que hablan de las emociones que le producen sus experiencias de vida, particularmente los largos años de prisión que tuvo, incluyendo su estadía en El Sepa, el llamado infierno verde enclavado en el corazón de la Amazonía.

Blandiendo un verbo que iluminaba a los maestros, dijo: “la cárcel tiempla como el fuego al acero o como el fuego a la vela”. A él lo templó como el acero y por eso se convirtió en el líder indiscutible de los maestros peruanos.

Algunos críticos han encontrado en su poesía la misma intensidad intimistas de Oquendo de Amat. Fue un poeta hondo y luminoso. Resulta grato leerlo porque es un poeta que si bien expresa poesía que íntima, su mensaje siempre es social, de protesta y de esperanza.

Alegrías de la Prisión es una creación en la que sonríe y mira con ojos de poeta los sueños de los luchadores.

En los años de persecución y prisión, la madre solía aparecerse en Lima, en el local del SUTEP, y causaba asombro y simpatía cuando hacía uso de la palabra.

“Yo no he venido a dolerme por la lucha de mi hijo, he venido a expresarle a mi hijo y a ustedes mi apoyo; y reclamo ocupar el lugar que me toca para seguir, juntos, luchando por una causa justa. Y cuando le tocaba estar preso en el Hospital, por razones de salud, la señora Sabina y Alicia Rojas, iban a visitarlo. Cuando la vigilancia se descuidaba, Horacio recibía y entregaba los documentos entre el dirigente y las bases. Jamás dejó de haber comunicación”. (Testimonio de una maestro)

Murió cuando tenía 41 años y hay quienes sostienen que la lucha social hizo que se perdiera un gran poeta, pero esta apreciación no es del todo completa. Y es que en los apremios de su vida, Horacio dejó poemas que nos permiten sentir la pureza de sus ideales y su compromiso en un destino mejor.

En la parte que corresponde a la Dedicatoria, en su libro Alegrías de la Prisión, escribe: “El Partido forma y realiza. Toda su acción retorna al pueblo, del que nace. En él se troca en futuro concreto, en revolución posible. Sólo la militancia política activa favorece una auténtica y profunda convicción revolucionaria. Dedico estas Alegrías de la Prisión a mi Partido, el P.C. del Perú”.

El crítico Oscar Valdivia Ampuero escribió en el Prólogo:

“Considerando en toda su magnitud el fondo humano y social del que ha sido arrancado la experiencia raigal, no es difícil pensar que Alegrías de la Prisión, cuya palabra nos acerca un tanto, por su frecuente trasparencia y plenitud a la poesía de Carlos Oquendo de Amat que el autor de Alegrías confiesa haber leído sólo después de terminar su libro, constituirá una muestra paradigmática de poesía con intención social que no desdeña ni reniega de la belleza, la hondura y autenticidad del sentimiento y la austeridad verbal más escueta”

(De la 1ª edición de Obramundo, octubre, 1980)

3

Uva

vieja

dulce

convertida en pasa de tanto esperarme

De ti aprendí a abrir murallas deshojando las

rosas

del tiempo

A comprender la adversidad con la misma

sonrisa

de un niño.

Tu tristeza alegre tu lealtad de río

la conservo en el cuadro de mi sala.

Esta prisión que vivo tiene más de tu aliento

que de martirio.

El tiempo abre voluntades cicatriza heridas

A veces hay que perder la guerra para vencer

la paz.

Madre

desde que nos separamos tu voz que no termina

viene en el agua

Y tu bastón se va doblando en el heroico

cotidiano batallar.

(Alegrías de la Prisión)


Escrito por

Julio Yovera

Natural de Catacaos, Perú. Es docente investigador en temas de educación, cultura y literatura Ha publicado libros de poesía. Ama la vida.


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