LA CORRUPCIÓN PERMANENTE AGRESIÓN AL PAÍS
La corrupción la importó Francisco Pizarro. Ya reconocido como conquistador por la corona española, ésta la dio un enorme poder, que le permitió apropiarse ilícitamente de más de lo que le correspondía, además favoreció, vía nepotismo, a sus familiares. A lo largo de la colonia, el ultra proteccionismo monárquico dio lugar al contrabando, que amasó a favor de la casta burocrática enormes riquezas. La corrupción, “síndrome colonial”, como la llama Manuelcha Prado, viene de esos tiempos.
Las clases dominantes y los gobiernos la practican tanto, que sus mentes se han deformado y no la perciben como un cáncer sino como una "virtud",
Nuestra sociedad es una de las más atrasadas y una de las más corruptas de la región. Fujimori hizo del síndrome una política de Estado. Mientras que el cleptómano se mantuvo en el poder, sus actos eran “secreto a voces”, se sabía pero nada se decía. Y los que callaron debieron ser, más que otros, los que debieron informarlo por responsabilidad; pero no fue así. Al contrario, los medios masivos de comunicación mantuvieron un silencio cómplice.
El pueblo movilizado derrotó a Fujimori. Como todo movimiento social, la protesta tuvo un liderazgo, un conductor, aunque, en este caso, no fue consecuencia de un movimiento organizado. El azar colocó en la cresta de la ola a un personaje que sintonizó con las aspiraciones de un pueblo urgido de cambios.
Alejandro Toledo llegó a la presidencia, más que como corolario de una acumulación de fuerzas que asumiera como exigencia un nuevo curso, un nuevo camino para el país, como un estado de ánimo. Cambió el régimen pero se mantuvo la misma política económica y la misma práctica burocrática.
Las mesas de concertación social las instaló el recordado Valentín Paniagua, tan pronto olvidado, acaso por la brevedad de su mandato o porque es un referente sano en medio de un espécimen de ladrones.
El ex presidente Toledo no es el único comprometido con los últimos actos de corrupción. Los demás ex gobernantes están atollados en miasma. Y han devenido en una suerte de lacayos al servicio de empresarios que les rompían mano para que ellos hinchen sus arcas. No solo una, sino muchas más, como aludía metafóricamente Enrique Congrains.
Si el Ministerio Público se propusiera como meta erradicar esta práctica delictiva que atenta contra la dignidad y el futuro del país, tendrá que actuar drásticamente. Y la justicia tendría la responsabilidad de sancionar ejemplarmente. ¿Se hará?
El Congreso actual, plagado y hegemonizado por la cleptocracia fujimorista, carece de la acreditación moral para intervenir en el tema: los corruptos de ayer no pueden -y no son - los moralizadores que la moral pública exige. Han cambiado de escenario pero en sus hábitos y su esencia son los de siempre.
La corrupción no sería lo que es, poderosa y hasta ahora impune, sino fuera porque el modelo neoliberal la convirtió en parte de la vida. La filosofía pragmática e individualista se ha posesionado del pensamiento de los gobernantes, sean éstos de derecha e “izquierda”. Se ha posesionado también del sentido común de la gente de la calle: "no importa que robe pero que haga obra" refleja ya una perturbación social y mental.
Las camarillas acceden a la gestión pública no por vocación de servicio, sino para saquear lo que la indiferencia de la ciudadanía les permite.
Un dinero que se va a la coima, es un dinero que se le hurta al Estado, a todos los peruanos y que bien podría servir para hacer las obras los pueblos demandan. Para invertir en educación y salud de calidad; programas de vivienda; obras de infraestructura; centros de investigación científica. Habría recursos para mejorar la vida de todos los peruanos y para enfrentar con optimismo al segundo centenario de vida republicana.
La sanción ejemplar debe darse, pero no será suficiente. Hacerla retroceder primero y derrotarla después es todo un proceso. Hay que avanzar a un modelo integral de vigilancia ciudadana, una democracia participativa, real transparencia, pero sobretodo de una revolucionarización de la teoría y la práctica política.
Empecemos por reconocer que el neoliberalismo no tiene por qué ser intocable, mas, cuando investigadores sociales de renombre reconocen que hace mucho empezó a hacer agua en varios países del planeta.
El neoliberalismo es la alternativa del saqueo, de la corrupción y de la violencia. Nada bueno ha aportado al desarrollo del país.
El nuevo modelo de las fuerzas sanas debe levantar como bandera la regeneración moral de nuestra sociedad. Quiere decir entonces que al mal hay que enfrentarlo integralmente; y que corresponde, particularmente a la educación, fomentar desde la teoría educativa y el currículo, una formación que fomente la práctica de valores.
El hombre solidario y honrado debe seguir siendo el objetivo a alcanzar, el ideal que nos impulse.
Así impediremos que la corrupción se trague el país, como lamentablemente viene haciéndolo desde la política, prostituida por los delincuentes que gobiernan en los espacios locales, provinciales, regionales y en el conjunto de nuestra saqueada nación. Esto debe terminar.
Los sectores sanos del país no deben ser indiferentes.
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